Fomentar la flexibilidad y capacidad de adaptación en menores

Es sabido que una de las fortalezas más útiles para el bienestar emocional es la capacidad de adaptación ante las demandas cambiantes del entorno. 

Es inevitable que existan aspectos de la realidad no modificables ante los que uno puede tratar de modular la respuesta: uno puede agobiarse, desesperarse y agotarse; también puede tratar, con esfuerzo y trabajo psicológico, por dejar estar el malestar, observar, darle un sentido en nuestro contexto y adaptarse a los requerimientos de la realidad. Esta segunda opción es, desde luego, más costosa pero mucho más amable con nuestro equilibrio emocional. En última instancia, la emocionalidad negativa viene a señalarnos un malestar que existe y que mejorará si lo atendemos y nos hacemos cargo. 

Es importante ayudar a las y los niñas y niños y adolescentes a aprender los múltiples mecanismos psicológicos de adaptación y las estrategias de defensa que les van a ayudar a vivir, a relacionarse de forma satisfactoria y a desarrollar todas sus potencialidades. La capacidad de adaptación no sólo permitirá al adolescente aclimatarse a situaciones novedosas, de mayor o menor riesgo, sino que le motivará a perseguir metas posibles y a recuperarse emocionalmente de las circunstancias más duras que viva. El adolescente que es consciente de sus emociones tiene “más fácil” evaluar la situación en la que se encuentra, modular sus sentimientos y subordinar sus impulsos a las metas que se propone, aumentando las probabilidades de alcanzarlas.

Para fomentar la flexibilidad y capacidad de adaptación en menores, se trata de estimular el desarrollo de las capacidades de escucha, de expresión verbal y no verbal y de comunicación en general, de fortalecer la capacidad de manejo de las emociones, de reforzar las capacidades para definir los problemas, optar por la mejores soluciones y aplicarlas. 

Como adultos, nuestra tarea constante ha de ser tratar de normalizar la emocionalidad que emerge ante circunstancias, bien sea “positiva o negativa”. Se educa para una buena higiene mental a través de lo cotidiano mediante el modelado (las figuras adultas de referencia son modelos de comportamiento) y en un proceso de moldeamiento (sin cambios bruscos, poco a poco). 

Seremos un buen ejemplo cuando no ocultamos ni invalidamos el malestar, lo normalizamos, lo dejamos existir y lo ventilamos para evitar que se convierta en síntoma. 

Queremos fomentar pensamiento crítico y opinión genuina alimentando a la vez la tolerancia para con otros puntos de vista. La independencia y autonomía de juicios le permitirá adaptarse de forma saludable a los ambientes donde se mueva, sin necesidad de controles externos y sabiéndose defender de la presión del grupo. 

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